Anoche se habló del fracaso escolar. Es realmente complicado resumir en tuits de 140 caracteres un tema tan espinoso como este, así que me he decidido a hacer una entrada en la que doy mi opinión sobre eso que llaman “fracaso escolar”.

Una de las mejores iniciativas que he visto últimamente en tuiter ha sido creada por @IsabelOn. Cada noche propone un interesante debate relacionado con el mundo de la educación. En él participamos profesionales del ámbito de la enseñanza de distintos niveles y, entre todos, tratamos de aportar nuestro granito de arena en arreglar esto de la educación. En muchas ocasiones, esa hora de 22 a 23 nos sirve como muro de las lamentaciones pero siempre se entresaca algo que te hace crecer como profesional. Si no conoces aún la  #eduhora pásate esta noche a las 22 h y verás como algo se mueve en la educación.

 ¿Si sufro o he sufrido fracaso escolar SOY UN FRACASADO?

Yo creo que es precipitado tildar de FRACASADO al niño que no consigue lo esperado en el tiempo esperado. ¿Cuantos adolescentes solo han necesitado madurar y no tener la autoritaria figura del profesor para elegir por iniciativa propia, dejar de ser un fracasado?

Pero claro, si el profe es “duro” porque lo es y eso choca de manera frontal alumnos de determinado perfil. Y si es “blandito” porque se les suben a las barbas… Eso por no hablar de la habitual desmotivación y dejadez de los alumnos (propias de la edad).

Lo que parece claro es que colocar la etiqueta de fracasado es duro e inapropiado y, si además, se hace antes de tiempo (antes de dejar que las hormonas encuentren su sitio) puede ser fatal. 

¿Entonces no existen los fracasados escolares? Si tomamos como fracasado aquel que no consigue lo esperado en el tiempo esperado es claro que sí existen… Pero si tomamos la etapa escolar como la preparación para la vida autónoma e independiente también es claro que hay otros modos de acceder a esa autonomía e independencia.

¿Pesa para siempre el cartel de FRACASADO ESCOLAR?

Afortunadamente NO. Son los propios alumnos que han sido tildados así, los que, cuando consiguen reencontrar su camino, se encuentran fuertes y orgullosos de superarse.

¿Quién dijo que el modo de superarse fuera con un examen? ¿Quién dijo que el modo fuera con la prueba de acceso a la universidad? ¿Quién dijo que no haya otros modos?

Nos graban “a fuego” en nuestra época de escolares que hay que aprobar exámenes. Nos dan a entender que aprobar exámenes es sinónimo de éxito. ¡Exámenes de esos que se resuelven de manera individual, sin cooperar, sin poner en común, sin apoyarse en el otro! ¿No se supone que en el mundo laboral se valora la cooperación? ¿No debería ser la cooperación, la capacidad de ponerse en el lugar del otro un objetivo principal para dar por “aprobado” el examen?

Recuerdo que en mi colegio contaban orgullosos que Camilo José Cela estudió allí. Pero se les olvidaba contar que le echaron por alumno conflictivo, mal estudiante y fracasado escolar… Quizá no era Cela el más educado y sutil del mundo pero, lo que está claro es que si se le recuerda por algo no es, precisamente, por ser un fracasado.

¿La culpa del fracaso es del niño, del profe, del cole o del sistema educativo?

Desde los colegios se quita importancia a los exámenes. Que si no es más que una actividad como otra cualquiera, que si no es lo único que cuenta, que si no hay que agobiarse con ellos… Pero la realidad es que niños de 6 años viven estresados porque tienen que enfrentarse a un examen. Ahí es donde se siembra la semilla que se transforma en fracaso escolar en 2.º o 3.º de ESO.

Estamos en un tiempo en el que se habla de respetar los estilos de aprendizajes, de atender a las inteligencias múltiples, de mirar a cada alumno desde el prisma adecuado pero, sin embargo, sigue estando a la orden del día hablar de FRACASO ESCOLAR y asociarlo a los alumnos que no han sido capaz de superar una serie de pruebas que, para nada, se adaptan a su modo de aprender. 

Está claro que hay niños que pasan de todo, que odian el cole y a los profes, que nada les motiva, etc… Pero, creo firmemente, que son el cole y el profe los que deben adaptarse al niño y no al revés. El cole y el profe deben hurgar en la cabeza del niño hasta encontrar cuál es su modo de aprender. La escuela debe provocar al alumno para ayudarle a construir lo que será el camino de su autonomía e independencia.

Pero claro, todo eso es imposible con la ley educativa que nos ampara.