Hace poco que Mateo, mi hijo pequeño, cumplió dos añitos. Desde el momento en que cumplió un año, sus hermanos mayores se esmeraban en que a la pregunta: ¿Cuántos años tienes, Mateo? Él respondiera UNO a la vez que enseñaba un dedito.

Le agarraban el dedo, se lo estiraban casi contra su voluntad. A veces un dedo cualquiera de la mano derecha, otras veces uno de la mano izquierda. El caso es que consiguieron su cometido, eso sí,  a pocas semanas de que Mateo fuera a cumplir DOS. No fue sencilla la tarea de asociar el sonido “UNO” al acto de mostrar uno cualquiera de sus muchos dedos.

tarta velasEl día de su segundo cumpleaños su tarta estaba coronada por DOS velas idénticas. Podíamos haber elegido una de esas velas con forma de número 2, pero somos un poco clásicos en ese sentido y elegimos dos velas de esas de toda la vida.
Mateo fue el encargado de clavar las velas (y destrozar de paso un poquito la tarta). La tendencia natural quiso que le acompañásemos en el proceso de clavado verbalizando la siguiente fórmula:

Uuuuuuuno (mientras clavaba la primera vela)

¡Doooooos! (mientras clavaba la segunda vela)

Acto seguido ocurrió lo que tenía que ocurrir. Y es que desclavó las velas y las volvió a clavar siguiendo él esta fórmula:

Uuuuuuuno (mientras clavaba la primera vela)

¡Uuuuuuno! (mientras clavaba la segunda vela)

¿Qué sentido tendría para él llamar UNO a una vela y darle otro nombre distinto a otra vela idéntica?

¡El duro trabajo de sus hermanos levantándole el dedito había surtido efecto! Si a cualquiera de los dedos lo habían llamado UNO con más motivo ocurriría lo mismo al manipular velas idénticas.

Es indiscutible que Mateo clavó en la tarta UNO y UNO. La nueva misión de sus hermanos durante las próximas semanas será darle a UNO y UNO el nombre “convencional” DOS.

El germen del cálculo mental se ha instalado ya en la mente de Mateo.