Siempre he observado las reacciones de los primeros juegos con regletas con niños de 3 a 12 años. Nunca había probado cuál sería la reacción de un niño menor de 3 años. Hoy he visto jugar a Mateo (2 años y medio) y el razonamiento “casi innato” que tiene me ha dejado realmente sorprendido y me ha hecho confirmar lo importante que es partir de la observación y la escucha. Y sobre todo, lo importante que es no anticiparnos y no condicionar en absoluto la toma de decisiones del niño, el modo en el que razonan y la manera natural de establecer relaciones lógicas.

Esto es lo que ha pasado cuando Mateo se ha visto rodeado de regletas.

1.º Juego libre

Abrí la caja de regletas y las dejé en el suelo. Me limité a observar sus primeras reacciones. Tras abrir mucho los ojos ante tamaña cantidad de piezas de colores decidió… ¡Tumbarse encima! Yo esperaba que cogiera alguna, que la agarrara, que tratara de ponerla en pie, etc. Pero lo primero que hizo fue tumbarse encima de ellas y la segunda… ¡Caminar sobre ellas! Eso es “sentir” las mates. Esto sí que son matemáticas sensoriales.

tumbado andando

Al cabo del rato se sentó y se dispuso a tocar. Lo primero que cogió fue una regleta azul con una mano y una naranja con la otra mano. Las puso en pie (como comparando sus alturas) y las empujó para dejarlas caer. Al principio pensé que la elección de los colores fue casual, pero la realidad es que a lo largo de todo el juego repitió esta elección en varias ocasiones. En ningún momento pregunté por el motivo de la elección.

2.º ¿Juegazzz conmigo?

Mi intención era observar a Mateo durante su juego sin intervenir para nada pero, de manera muy insistente, me preguntaba “¿Juegazzz conmigo?”. Me tiré al suelo con él y me puse a jugar en absoluto silencio. Como no quería condicionarle lo más mínimo con mi actuación me limité a mover regletas de un lado al otro sin ningún criterio. Mateo solo necesitaba que estuviera a su lado. Yo creo que quería compartir conmigo su nuevo “juguete”.

Seguí observando y, a los pocos minutos, Mateo, comenzó a realizar clasificaciones atendiendo a criterios. Criterios, claro está, elegidos por él. Yo no le dije qué tenía que hacer, yo no había dicho ni una sola palabra todavía. Me limité a mirar y a anotar.

En su cerebro está la capacidad de clasificar atendiendo a un criterio (en este caso el criterio fue el color). Esto es fundamental para ir acostumbrando al cerebro a ejercer el derecho a tomar decisiones de manera autónoma. Estimular desde que son muy pequeños la toma de decisiones de manera libre repercutirá de manerablancas muy positiva en muchos factores pero en uno por encima del resto: LA AUTOESTIMA.

Me sorprendió que su primera clasificación por color fuera agrupando (bien ordenaditas en fila) unas cuantas regletas blancas. Yo esperaba que fuera a por las rojas o azules o amarillas o cualquiera de los atractivos colores de las regletas. Pero no, su elección fue el blanco.

Acto seguido cambió radicalmente de rumbo. Cogió dos regletas naranjas me las enseñó y me dijo: “¡Zon igualezzz!” Mateo ya tenía esa palabra en su vocabulario y eso me daba pie para comenzar a hablar yo (pero poco).

3.º ¿A qué juegas, Mateo?

igualesSin levantar los ojos de sus regletas me dijo muy contento y convencido: “A loz paloz”. Empecé a pedirle, que me enseñara palos. ¿Me enseñas un palo amarillo? ¿Y un palo azul? ¿Me enseñas un palo rojo?… Es justo comentar que Mateo ha ido a Escuela Infantil en el tramo de 0 a 3 y ha aprendido el nombre de los colores.

El caso es que seguí pidiéndole que me enseñara regletas de unos y otros colores hasta que ocurrió algo que no me esperaba. Le pedí que me enseñara el palo blanco… Tardó un rato en encontrarlo (seguramente porque, aunque se acerca al blanco, realmente el color es beige). Me la enseñó y me dijo: “Ezte palo ez pequeñoooo”. Seguidamente me dijo: “¿Papá, ahora qué te enzeño?”. Seguimos un ratito jugando a seleccionar regletas por color.

Aproveché que “pequeño” estaba en su vocabulario para someterle a pequeños retos. Le di una regleta naranja y se la entregué mientras decía: “Toma Mateo, un palo pequeño”. Mateo tenía en la otra mano una regleta blanca. Rápidamente se quejó y de su boca salió: “Noooo, ez gaaaande” (¡también “grande” formaba parte de su vocabulario!).

Comencé a ofrecerle regletas distintas de dos en dos y a decirle:

Mateo, coge la grande.

Mateo, coge la pequeña.

Mateo, coge la grande.

Mateo, coge la pequeña.

No falló ni una y, es más, verbalizó una relación que me dejó boquiabierto. la regleta que iba seleccionando en cada momento la iba echando entre sus piernas. En un momento dado tuvo que coger la grande de entre la roja y la blanca. Cogió la roja. La echó entre sus piernas, la volvió a coger y gritó. “¡Nooooo, ez pequeña!

¡Claro! Era pequeña en relación a las que, hasta ese momento, había cogido. Acababa de descubrir (aunque él no lo sabe) que nada es grande o pequeño.

4.º Jugando a clasificar

Mateo, por iniciativa propia, comenzó a colocar las regletas rosas encima de la tapa de la caja de regletas. Colocaba únicamente regletas rosas (y, curiosamente, muy ordenaditas). Yo, simplemente, le observaba sin intervenir hasta que en un momento dado, decidí interferir en su juego y eché una regleta de otro color. Esto es lo que ocurrió:

5.º Le saqué de sus casillas

Creo firmemente que la obligación de padres y profes ha de ser poner “un poquito” difíciles las cosas a hijos y alumnos. Pienso que es el modo en el ponen en marcha su cerebro. Buscan alternativas. Toman decisiones. Se hacen cada vez más autónomos creciendo en seguridad.

Visto que Mateo había creado el juego de agrupar por colores me puse yo a jugar a lo mismo pero sin decir nada. Simplemente lo hice. Comencé a colocar regletas azules en la caja. Mateo se acercó, averiguó mi criterio y, sin decir nada, se puso a echar regletas azules en la caja. Yo decidí sacarle de sus casillas.

Quería ver de qué manera verbalizaba lo que estaba ocurriendo… Quizá le saqué de sus casillas más de la cuenta y por eso verbalizó de manera tan clara el criterio de clasificación. Ya no se trataba solo de colocar la regleta en el sitio adecuado. La desesperación le ha hecho explicarme (a su modo) el motivo de mi error. Esto es lo que pasó:

SI DEJAMOS HABLAR A LOS NIÑOS LES ESCUCHAREMOS PENSAR Y RAZONAR.

¡Próximamente más avances de Mateo!