Siempre he pensado que todos los que estamos vinculados a la educación tenemos que aportar nuestro granito de arena para mejorar el sistema. De hecho creo que es nuestra obligación como docentes.

En mi colegio siempre ha sido práctica habitual que unos profes nos metiéramos en clases de otros para aprender del compañero. Cada uno de nosotros éramos conscientes de nuestras fortalezas y nuestras debilidades. Nuestras puertas siempre han estado abiertas y siempre hemos pensado que la tarea de educar es de todos. Y que todos los alumnos son de todos de los profes.

A mí me encantaría disfrutar y sentir la poesía como mi compañera de primero pero la realidad es que no está entre mis virtudes transmitir el gusto y la ilusión por la poesía. ¿Cómo no va a venir a mi clase a transmitir su pasión? Si mi compañero de quinto pasó toda su infancia y adolescencia en el campo, ¿cómo no dejar que sea él y no yo el que motive a los niños de mi clase con el huerto escolar? Si la directora es una enamorada del Gótico, ni que decir tiene que motivará a mis alumnos mucho más que yo, que solo sé del Gótico lo que aprendí en mi época de estudiante. Del mismo modo, si yo soy, cómo dicen algunos, el friki de las mates que se tocan, ¿cómo no ir a otras clases que no son la mía para transmitir mi pasión?

Estuve en una formación en la que el ponente decía que era importante que no convirtiéramos nunca nuestra clase en un castillo rodeado de un foso y con las puertas cerradas. Nos hizo ver que esa cooperación que nosotros teníamos en el cole no era una forma habitual de actuar. Comentaba que los docentes, por lo general, se muestran muy recelosos de compartir sus ideas, sus métodos y  sus pequeños “trucos”. Yo no entendía qué problema podría haber en ayudar y dejarse ayudar, pero la realidad es que es bien cierto que existe ese recelo y yo no fui consciente de ello hasta que salí de la burbuja de cole ideal en la que me hallaba.

Así me choqué yo con esa triste realidad… Y así actué:

 

  1. Decidí explorar la educación desde otros prismas

    Salí del cole y me metí de lleno en la elaboración de materiales. ¡Tenía la suerte de poder compartir con muchos más niños y muchos más profes mi pasión “friki” por las mates! Así lo hice: aporté todo aquello que me había dado buenos resultados en el aula en los últimos 15 años y pude compartir e intercambiar experiencias con cientos de profes. Aprendí de cada profe con el que hablé, de cada cole que visité, intercambiamos experiencias y pequeños “trucos”. ¡Todos ganábamos! ¡Todo seguía siendo igual de estupendo que en mi cole!

  2.  Hay otros modos de hacer mates

    Nunca he pensado que el modo en que yo planteo las mates sea el mejor. Simplemente es el que me ha dado resultado con los alumnos durante mis 15 años de docencia. Pero… ¿Habría otros modos? ¿Habría otras maneras divertidas, creativas y atractivas para los niños? No tuve que buscar mucho en la web para encontrar otros modos de hacer mates que parecían atractivas. Yo, ingenuo de mí, creí que era buena idea compartir e intercambiar impresiones con alguno de los abanderados de estos otros modos de hacer mates. Creí que iba a ocurrir lo mismo que en los últimos 15 años… Cada uno aportaríamos lo mejor de nosotros y cada uno se habría enriquecido. Cada uno tendría más que ofrecer a sus alumnos por lo que todos ganaríamos.

  3.  La realidad fue bien distinta

    Yo aporté mi vivencia y experiencia con las mates con todo lujo de detalles. Como siempre que transmito lo que me apasiona lo hice ilusionado y emocionado, y esperé paciente el quid pro quo. Pero este nunca llegó. El abanderado no aportó “lo suyo”. Supongo que no creería firmemente que ese modo de aprender era un buen modo. Seguramente porque ni siquiera había tenido la opción de experimentarlo y comprobar si le funcionaba. No lo había vivido, no había podido comprobar las reacciones de los niños. Seguramente no lo había hecho suyo porque nunca fue suyo.

  4.  Dejé de compartir

    Al poco descubrí decepcionado como las ideas divertidas, creativas y atractivas del abanderado fueron sustituidas por otro modo de hacer mates (modo en el que creo firmemente). Me hubiera gustado ver como esas ideas se fusionaban con el modo de hacer mates que yo transmití en mi turno de palabra. ¡Eso hubiera ido en beneficio de los niños! ¡Cuánto más grande sea el banco de recursos con el que contemos más granitos de arena aportaremos! No negaré que me quedé bastante tocado con esta situación hasta el punto de comencé a ser receloso de mis nuevos hallazgos y experiencias. ¡Había empezado a subir el puente levadizo!

  5. Tú no dejes de ser fuente

    El caso es que tengo una compañera de esas que saben resumir en pocas palabras situaciones complejas y, cuando le conté está historia, me dijo: “Hay dos tipos de personas: Los que son fuente y los que son sumidero… ¡No te conviertas en sumidero, sigue siendo fuente!

    Así lo hice.

Pues eso, que si compartimos nuestras vidas en facebook, twitter, instagram… ¡Cómo no vamos a compartir nuestras experiencias educativas con los compañeros de profesión!

Baja el puente levadizo, abre las puertas de tu clase, deja que otros entren y aprendan de ti. Entra tú en otras y aprende de tu compañero. Aporta tu grano de arena. El problema de la educación empieza resolviéndose en tu clase… 

¡SÉ FUENTE!