Yo le digo frecuentemente a mis alumnos que tienen que respetar a sus compañeros, que tienen que quererse y que tienen que tratar de comprender al otro. Hemos llegado a hacer eslóganes para no olvidarnos de esto y tenerlo siempre presente:

“Te quiero tal y como eres.”

“Haz sentir bien a los que te rodean.”

Siempre les digo que el mejor modo de comprender al otro es “poniéndose en su lugar”. Pero… ¿Hacemos nosotros, los docentes, eso que pedimos a los alumnos?
Cuando un alumno no comprende como nosotros esperamos que comprenda le decimos:

“Pepito, tú pregunta siempre que no entiendas que yo te lo explicaré tantas veces como necesites.”

Ante esta circunstancia es raro que el alumno se atreva a preguntar. Está extendida la creencia de que no se pregunta por vergüenza, por timidez, por no parecer pesado pero… ¿Es ese el verdadero motivo?

Si Pepito no comprendió algo y se lo volvemos a repetir mil y una veces del mismo modo, es más que probable que Pepito deje de preguntar pues su problema no viene por el QUÉ sino por el CÓMO. 

El problema está justamente en que NO hacemos lo que les pedimos a los niños: NO NOS PONEMOS EN EL LUGAR DEL OTRO… NO NOS PONEMOS EN SU LUGAR. Si nos pusiéramos en el lugar de Pepito entenderíamos que él no tiene por qué aprender cómo nosotros lo hicimos, por lo que no debemos replicar con ellos el modo que con nosotros emplearon.

Deja que aprenda como mejor sabe, no le encorsetes, no le dirijas en exceso, déjale ser libre. Observa, escucha y descubre qué necesita.

Mi sentimiento como alumno, durante prácticamente toda mi vida de estudiante, ha sido idéntico al de Pepito. Cada vez que tenía una duda, y me atrevía a preguntar, recibía como respuesta la repetición palabra por palabra de la explicación que no había sido capaz de entender con anterioridad.

De repente me vi delante de 25 niños de primero de primaria que me miraban ilusionados esperando algo de mí. Da igual lo que hiciera, porque ellos deseaban ver en mí un ídolo. Somos tan importantes para nuestros alumnos que hagamos lo que hagamos marcaremos para siempre un poquito su personalidad. Sin embargo, yo no di a mis alumnos lo que esperaban de mí, porque durante mis primeros años de docencia yo solo repetí lo que en su día hicieron conmigo, ¡a pesar de recordar con horror que MI PROFE NO ME ENTENDÍA!

Un buen día recordé que si me hice maestro era para tratar de entender por qué muchos niños no entienden aunque atienden.

El día que les miré, les escuché y respeté sus respuestas sin juzgarlas de antemano, EMPECÉ A ENTENDER A MIS ALUMNOS. Ese día empecé a ser maestro.